sábado, 10 de abril de 2010


La Semana Santa es uno de los mayores privilegios religiosos y culturales que nos podemos permitir.

Tenemos en primer lugar su inamovible sentido religioso, que ha vencido el paso de los siglos, de los cismas y de las guerras manteniéndose incólume. El mensaje es diáfano: el fundador y fundamento del cristianismo, Cristo, siendo inocente, para librar al hombre del pecado acepta cargar con los pecados de todos los hombres, y recibir el castigo que esos pecados merecen: la muerte del esclavo, con ignominia. Es el misterio de la Redención.
Los ritos de la iglesia nos recuerdan paso a paso la Pasión y Muerte de Cristo. pero ¿qué nos recuerdan los otros pasos, los de la calle?
Nos recuerdan especialmente la pasión del hombre y su dolor, que se dramatizan de manera intensísima en las procesiones de las hermandades y cofradías de penitentes.
La Madre Dolorosa llena las calles con su dolor, mientras en la liturgia de la iglesia no hay lugar para ella estos días. Ni siquiera el bellísimo himno “Stabat Mater Dolorosa” tiene su lugar en la liturgia.

Para entrar en el alma y en las entrañas de la más folklórica Semana Santa:es el gran momento de los penitentes (de los que cumplían pena canónica por haber cometido pecados severamente castigados por la iglesia). Las penas, severísimas, se contaban por días; de ahí que las indulgencias (los perdones) se contasen también por días. Y también de ahí que grandes masas de cristianos se desplazasen en largas peregrinaciones a los lugares de indulgencia, a los lugares del perdón, porque el sacrificio valía la pena, ya que con él se redimía.

Pero tal como las peregrinaciones eran una especie de salida de emergencia en la institución de la penitencia, la SEMANA SANTA formaba parte esencial de la institución penitenciaria de la iglesia y de su ritual penitenciario y de redención de penas, con sus cuatro estaciones. niveles o estados de penitencia; porque era el momento litúrgico para que los penitentes mostrasen públicamente su arrepentimiento e implorasen el perdón de Dios y de la iglesia, de la que eran rechazados. Fueron ellos los que, inmersos ya en la penitencia, arrastraron a ella a toda la iglesia, que para purgar una vez al año y de oficio los pecados de omisión instituyó la Cuaresma como prolongación de la Semana Santa.

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